dimarts, 30 de març del 2004

CONÓCETE A TÍ MISMO.

Las luces relampaguean en una secuencia hipnótica que no cesa, bajo el ritmo embriagador de una versión trance del "Big Time Sensuality" de la finlandesa Bjork. Los destellos del láser dibujan formas geométricas sobre la pista de baile, en la que se entrega, al ritual de fin de semana, una multitud de jóvenes londinenses. Rodrigo Martín Yagüe contempla la escena, apoyado en la barra del local de moda en el Soho. Su interés se centra en una mujer sensual de rasgos mediterráneos que danza sinuosamente al ritmo de la cadencia que marca el "sampler" electrónico. La hermosa mujer no se corresponde con el estereotipo de belleza impuesta por los medios de comunicación: es baja, delgada pero voluptuosa, de caderas estrechas, ojos color miel oscura enmarcados por angulosas cejas elegantemente definidas y busto en su justa medida. Su voluptuosidad es la pura antítesis de la estreñida hiperactuada y silicónica protagonista standard de los anuncios de la tele. Rodrigo se siente incapaz de evadir su mirada del embrujo que emana la desconocida. Una sonrisa fugaz le hace saber que su interés, es correspondido. El español toma una hoja de papel de arroz entre sus largos y fuertes dedos, sobre la que sitúa unas finas hebras de tabaco de liar, que extiende parsimoniosamente, sin dejar de admirar los movimientos de la soberbia hembra, que ahora parece bailar solamente para él.

-No pareces inglesa.

-Soy de Barcelona, aunque vivo en Londres. Me dedico al negocio de la moda, soy una "plus size model"... ¿No has oído hablar del movimiento Size Acceptance?

-Te confieso mi ignorancia al respecto. No tengo ni idea de que va eso, guapa...

-Soy modelo fotográfica para ropa de tallas pequeñas... Moda para chicas bajitas, ya sabes... ¡Soy una bajita sexy! – Exclama guiñándole un ojo -¿Y tú? ¿Qué te trae por la capital del Imperio? ¿Viaje de placer o de negocio? –Pregunta mostrando una sonrisa capaz de iluminar por sí sola, las tinieblas de la sala.

Martín sonríe, y se toma un instante para admirar el cabello castaño claro recogido que deja al descubierto los hombros de la mujer.

-Busco a un amigo...

-¿Y lo has encontrado?

-Todavía no. Pero el viaje ha valido la pena si te he encontrado a ti...

La joven sonríe de nuevo y Rodrigo le acaricia la melena.

-Tu pelo es precioso...

Una boca entreabierta, invita a ser besada. Martín atrae hacia sí a la chica, con un delicado roce de su mano sobre su nuca. Lentamente saborea unos labios creados por Dios para la condenación eterna del hombre en el paraíso de la carnalidad. El olor corporal de la joven, tiene aroma a incienso y a misterio de la naturaleza exuberante.

-¿Quieres que vayamos a algún sitio más tranquilo y seguir charlando...? –Pregunta ella, con una inocente pero pícara dulzura que no admite negación.

-Será un placer, Irun.

La chica toma de la mano a Rodrigo y le arrastra hasta la salida, donde toman un taxi con destino al East End. El viaje transcurre sobre las calles mojadas de Londres, sin un segundo de descanso para las lenguas que se exploran mutuamente. La pareja sube al elegante "loft" decorado en tonos cálidos y líneas acogedoras. Martín y la joven se desnudan apresuradamente, y se entregan al goce apasionado de sus cuerpos; sin más preámbulos que iniciar en el equipo de música, los compases "vintage" del álbum de bossa nova de Quincy Jones. La hermosa carnalidad de la joven no concede pausa a la pasión desbocada.

Tras hacer el amor, ella acaricia golosamente el torso del español y le habla al oído con voz melosa:

-¿Quieres probar algo nuevo?

-Acabo de hacerlo: nunca me había acostado con una "Plus size model".... ¡Pero no me vendría mal una copa!

-Me refiero a algo distinto... Algo que te hará encontrarte contigo mismo... –La joven se levanta de la cama y se dirige a la cómoda de su habitación -¡Espera y verás...!

Rodrigo sonríe escéptico y arquea su ceja con aire burlón.

-Son demasiadas emociones para una misma noche, Irun, no te molestes... Después de haber probado el tacto de tu piel, por hoy, ya nada podrá distraer mi atención. –Dice mientras admira las rotundas formas desnudas de la barcelonesa.

La joven regresa a la cama con una caja de plástico transparente que contiene lo que a Rodrigo le parecen unas simples setas. En el exterior una etiqueta de fábrica asegura la procedencia y garantías del producto. La caja proviene de un Smartshop de Ámsterdam, una de esas tiendas donde se venden sustancias psicoactivas de forma legal, y que la barcelonesa acostumbra a traerse disimuladamente ocultas entre su equipaje.

-Son setas alucinógenas ¿Las has probado alguna vez? -Pregunta ella.

-Jamás tomo drogas, Irun. Eso no va conmigo.

-¡Vamos Rodrigo, esto no son drogas! Se trata de algo natural, con certificado de sanidad holandés... ¡Tienes que probarlas conmigo! ¡Ya verás que experiencia hacer el amor con esto!

–La chica prepara dos grandes vasos con zumo de grosella y limón natural, en los que disuelve varios ejemplares de Copelandia Cyanescens hawaianas que ofrece, a continuación, a su amante español.

-Bébetelo y espera a que haga efecto, mi amor...

Martín, escéptico ante el posible efecto alucinógeno, se bebe el cóctel para no desagradar a la joven. –Unas setas tan pequeñitas no pueden matar a nadie –Se dice mientras se baja de un trago el gran vaso de cristal.

Irun enciende dos grandes velones blancos, a cada lado de la cama y reanuda sus artes amatorias con pasión renovada, comenzando a besar golosamente los pectorales del hispano. Rodrigo acaricia la melena castaña, mientras ella desciende lentamente, recorriendo su vientre con la lengua. Sin previo aviso la visión se nubla y extrañas sensaciones comienzan a desatarse en la mente del capitán. Las alucinaciones de tipo caleidoscópico y psicodélico empiezan a distorsionar por completo la apariencia del "loft": los colores se hacen más intensos, progresivamente, y voces extrañas parecen hablarle desde puntos indefinidos de la estancia. Espectros deambulan ante sus ojos. Rodrigo siente como si enloqueciera con sus pensamientos, miles de pensamientos por segundo, millones de palabras por minuto... Una gran bola de fuego entra disparada por la ventana y le atraviesa el corazón, infringiéndole un dolor espantoso. Pero lo peor está por llegar: Los cadáveres semidescompuestos de todas las personas a las que Martín ha terminado con sus vidas, se pasean delante de su cama: los tres guerrilleros chiítas de Nasiriyah, el "contractor" enmascarado del motel gallego, los yihadistas argelinos y marroquíes... Todos se acercan a contemplarle con expresión acusadora. Sus caras están demoníacamente deformadas y sus expresiones son amenazadoras. Rodrigo trata de mantener la serenidad ante los dedos acusadores de sus víctimas, pero éstas continúan acercándose hasta él. Su orgullo le obliga a plantar cara ante los espectros, a pesar del pánico que le provocan. Presiente que si se derrumba ante ellos, le destruirán:

-¡No sois más que unos hijos de puta, todos vosotros! ¡Os merecíais hasta el último tiro que os pegué! ¡Acabaré de nuevo con todos vosotros, cabrones de mierda!

Martín ve como todo el apartamento se mueve y de cada azulejo o baldosa salen miles y miles de extrañas caras y cuerpos deformes, que ululando y gimiendo vienen a sumarse a la comitiva infernal.

-Son tus próximas víctimas, asesino... Ellos también vienen a verte... -Le dice una voz reconocible: se trata de su antiguo enemigo, Ahmed "El-Raisuni" que se le aparece con el cuello recién abierto por la cuchillada de Rodrigo, derramando litros de sangre fresca sobre su elegante traje italiano. -¿No amabas la muerte...? ¡Pues vívela eternamente! –Exclama riéndose.

Rodrigo alza sus manos contra él, manos que dejan estelas fantasmales en el aire al moverse.

-Volveré a cortar una y mil veces más ese cuello, ¡hijodeputa del infierno!

Pero el capitán no puede levantarse de una cama que parece haberse convertido en una trampa de goma blanda y absorbente. Está atrapado en un universo paralelo y surrealista, donde las protagonistas son sus peores pesadillas.

Tras una agonía de duración que Rodrigo no podría precisar, pero que se antoja eterna, los espectros son empujados a golpes de puño, que los deshace como figuras de arena, por un africano de gran estatura, que se abre paso entre ellos hasta el borde de la cama. Con el pelo largo y trenzado al estilo rasta, el recién llegado se dirige fugazmente a Martín con voz grave:

-Me hallarás en la "Torre del silencio". Allí estaré esperándote, más allá de la muerte, hermano...

-¿Haroun, eres tú?

La silueta del gran hombre de piel oscura se difumina ante sus castigados y llorosos ojos.

-La muerte no es el final Haroun... ¡El final es el infiernoooo! –Grita Rodrigo desesperado.

Irun se le aparece como si fuera una imagen en blanco y negro de película antigua, que además se mueve súper rápido. Rodrigo, que apenas puede reaccionar, siente hipotermia, hipotensión severa que le impide levantarse de la cama, náuseas, lagrimeo y migraña intensa, efectos producidos por la gran dosis de la psilocibina de las "copelandia hawaianas" frescas.

-Los hongos no te han sentado bien, amor mio... Apóyate en mí y vamos al cuarto de baño...

Tienes que vomitarlo todo.

Sin saber cómo, Rodrigo se ve de rodillas ante la boca del retrete abierta. Mete los dedos en la garganta y expulsa las setas de su estómago. Al levantarse y mirarse al espejo, se ve como un cadáver, con la piel blanquecina y macilenta, lleno de pústulas supurantes y con ojos vidriosos. Tras salir del baño se dirige a Irun:

-En la taza del water cayeron supernegras... ¡Y Te juro por Dios que vi como salían volando para arriba en formas de murciélagos negros que sobrevolaron mi cabeza!

-Tranquilo, amor mio, ya pasó todo... Sólo fue un mal viaje.

-¿Cómo estoy? ¿Estoy vivo o muerto? -Pregunta Martín, todavía impresionado por su propia imagen ante el espejo.

-Estás lastimado, pero estás bien. No temas, Irun está contigo. -La barcelonesa le abraza tiernamente, mientras acaricia su cuello. -Los fantasmas de tu propia mente te han acosado. A veces, pasan estas cosas... Lo siento mucho, de verdad, yo no pensé que...

-No es culpa tuya, cielo. –Dice el español recobrando el ánimo –Nunca debí jugar con los psicoactivos. Mi espíritu no está en paz... Creía conocerme mejor a mí mismo, pero no sabía hasta que punto temo a la muerte, o mejor dicho: al juicio tras la muerte. La seguridad que siempre aparento en las situaciones en las que mi vida está en juego, es en realidad una fachada construida a base de sarcasmo. Ha sido una cura de humildad que no podré olvidar, mientras viva.

-Lo has pasado muy mal, ¿Verdad?

-He tenido una vida intensa... Pero no más que muchos otros. –Rodrigo se deja caer de nuevo en la cama, ayudado por la joven. –He amado sí, pero por lo que parece, he odiado más todavía... Todos los demonios con los que nos cruzamos en el camino, terminan por pasar su factura.

-Lo siento tanto... Tú querías buscar a un amigo, y yo te he estropeado la noche...

Rodrigo sonríe a la joven y la besa cariñosamente en la frente.

-Esta noche se ha abierto una puerta a los secretos más ocultos de mi cerebro, que me ayudarán a crecer como persona. Y además, presiento que en cierta forma, he encontrado a quien buscaba...

-No comprendo...

-El tiempo lo dirá, Irun.

La lección de esta noche para el capitán Martín Yagüe, versa sobre el significado de respetar y amar la vida, por encima de la muerte. Rodrigo recuerda y comprende súbitamente, el porqué de la oposición del yâwanmard a quitar vidas ajenas: cada muerte, merecida o no, es un lastre que cargas a tus espaldas y con el que estás obligado a convivir para siempre. Y un corazón con demasiado peso nunca consigue la paz y el descanso. Quien esté dispuesto a matar, deberá estar también dispuesto a aceptar la terrible consecuencia de sus actos: caminar con la sombra de sus muertos, a la espalda, durante toda una eternidad.

dilluns, 8 de març del 2004

UN CAFÉ AMB LA IRUN

Si hagués sabut el preu que anava a pagar per aquell cafè, probablement mai no hauria creuat el llindar de la cafeteria. Però això no ho sabrem mai.
Portava més de dues hores caminant sense rumb, inconscientment, pels carrers estrets i ombrívols de Ciutat Vella, entretenint-se a observar la gent de les placetes que, aquí i allà, anaven brollant al seu pas, ampliant-li l’angle de visió per, unes passes més enllà, tornar-lo a tancar entre les façanes de petits balcons de qualsevol altre carreró. De tant en tant, per tal d’allargar encara una mica més la passejada, s’aturava davant de l’aparador d’alguna llibreria, una ganiveteria o una tenda d’antiguitats o trastos vells i deixava vagar la mirada entre els objectes exposats per, desanimadament, continuar amb el seu passeig.
Quan havia sortit de la feina ja fosquejava i el fred començava a ser intens. Malgrat aquest aparent contratemps, el que menys li venia de gust era anar cap a casa i tancar-se entre aquelles parets que, si bé algun dia havien estat acollidores, ara li produïen una certa claustrofòbia i una indefinible sensació d’inquietud. Les coses entre ell i la seva dona no travessaven un moment àlgid, precisament. Sense cap dubte, havien conegut èpoques millors, sobretot abans de casar-se.
Sense pensar-s’ho ni massa ni poc, es va penjar un cigarret encès dels llavis i, enfonsant les mans a les butxaques de l’abric, va arrencar a caminar Aribau avall, creuà la plaça i va encarar Tallers endins. A partir d’aquell indret, les seves passes van deslligar-se totalment del seu pensament, anant l’un per una banda mentre les altres es perdien per un altre. Hores després, ambdós van confluir davant de la cafeteria.
Es va quedar una estona encara a l’altre banda del carrer, sense creuar de vorera, mirant els vitralls de l’entrada, amb els anuncis pintats que convidaven a prendre una xocolata, un suïs o unes pastes a l’interior. Se sentia els peus freds, així que finalment va entrar-hi. Després de donar un ràpid cop d’ull a la parròquia que ocupava, majoritàriament en parelles, les tauletes del bar, va tenir la sensació que al creuar aquella porta havia creuat també una porta en el temps. Darrera la barra hi havia les mateixes cares atenent la clientela, les mateixes taules restaven en idèntica disposició, el mateixos quadres a les parets però, sobretot, allà al fons, asseguda davant d’una tassa de cafè i un diari fumava, distretament, la Irun.
Més tard, quan reflexionava sobre el fet, va arribar a entendre que no va ser res casual anar a petar a aquella cafeteria, després de tants anys. Havia seguit passos perduts en el temps. Aquells passos que tan bé coneixien els seus peus. Com un gos que torna a casa després d’haver estat abandonat a un indret perdut, l’únic que havien fet havia estat seguir el camí conegut, amb més o menys revolts, fins a trobar-se a la fi d’un temps que era l’únic que recordava com a veritablement feliç. En aquell moment però, plantat enmig del vell cafè, no n’era conscient en absolut, no sabia que havia trobat justament a la persona que cercava i va atribuir-ho al fruit de l’atzar.
Va acostar-se tímidament a la taula on seia la noia mentre pensava si no seria millor girar cua i arrencar a córrer. Amb una mà a l’espatller de la cadira oposada, va preguntar-li si esperava ningú. Ella va deixar de llegir el diari, va aixecar cansadament el cap i, durant un minúscul espai de temps va quedar-se mirant-lo, provant de lligar aquella cara coneguda amb uns fets que ara restaven enterrats al fons de la seva memòria. Potser no varen passar dos batecs del seu cor accelerat, però a ell va semblar-li mitja vida. Abans que ella somrigués, ell ja sabia per la lluentor dels seus ulls que l’havia reconegut. Assenyalant-li la cadira, li va dir que potser l’esperava a ell i va tornar a somriure. Retirant la cadira es va seure davant d’ella.
–Quan fa que...? –va encetar, alhora que feia memòria ell també.
–Deu... dotze anys potser?
–Si, dotze anys farà a l’estiu. Deu n’hi do! –exclamà-. Quina casualitat, no creus? Des de llavors que no venia per aquí.
–Jo tampoc! –digué ella sorpresa- És la primera vegada que entro aquí des d’aquell dia que vàrem venir a celebrar la fi de les classes.
–Aquesta sí que és bona! I què? Què t’expliques després de tots aquests anys? A què et dediques? Què t’ha portat per aquí?
–Degut a la feina, vinc molt sovint per aquests barris. Soc assessora d’art –li digué la Irun tot encenent un cigarret amb un encenedor daurat. Veient la cara entre sorpresa i desconcertada d’ell, comprengué que calia un aclariment-. Selecciono peces d’art, ara quadres, un altre dia escultures o ceràmiques per a una casa de subhastes. Vaig voltant per galeries d’aquí i d’allí i en aquest barri n’hi ha moltes. Malgrat tot, avui, no sé ben bé perquè, m’he acostat fins aquí a prendre un cafè.
–A mi m’ha passat el mateix. Tot sortint de la feina, m’he posat a caminar i he acabat aquí.
–I tu? A què et dediques?
–Bé, la meva feina és molt més banal –digué ell, abaixant lleugerament la vista, aclaparat per allò que ell veia com extremadament intel•lectual.
–No et pensis que la meva feina tingui res de sublim, precisament. Al cap i a la fi l’únic que faig és comprar per vendre. Pur mercat. Són peces d’art com podrien ser hortalisses, que a la fi, l’únic que importa és haver venut un tant l’any i cobrar una comissió –li explicà, tot movent la mà amunt i avall, com si estigués dirigint una invisible orquestra, la cigarreta entre els dits estirats.
–Vist així... No sé noia, potser és que jo soc un romàntic de les feines alienes, mentre que de la meva només em fixo en la part dolenta.
–Com tothom, Pol, com tothom –assentí la Irun amb el cap-. Jo viatjo molt i això sempre sembla que engresqui a qui s’ho explico, però a mi ja em cansa. Quan estic tota sola a l’habitació de qualsevol hotel de qualsevol ciutat, el que més m’agradaria és estar-me a casa amb bata i sabatilles, repapada al sofà, o prenent unes copes amb els amics.
Va callar un moment, la mirada fixa al fons del cendrer que tenia davant, mirant unes cendres que li devien evocar algun record, o potser tenia la mirada perduda i el pensament anava per una altra banda. En Pol va aprofitar per observar-la més detingudament. Seguia igual de guapa que feia dotze anys, o potser els gestos i les petites arrugues al vèrtex dels llavis li havien fet guanyar en atractiu. Era una dona que feia molt de goig de veure. Es notava que es cuidava. La curta melena li queia, deliberadament despentinada entre reflexos rossos, quasi bé fins les espatlles. Duia unes quantes metxes recollides darrera l’orella esquerra, permetent la visió d’una petita arracada daurada en forma d’aro i dues més, minúscules pedretes, que pujaven orella amunt. Els ulls, grans i expressius, tenien aquella tonalitat canviant que ara semblava marró per després lluir color de mel fosca.
–El meu ex –digué per fi- devia pensar el mateix. Es pot dir que la meva feina va arruïnar el meu matrimoni, encara que això seria massa poc objectiu i simplista. Però en part va ser així.
–Vaja, ho sento de veres –li digué sincerament, mirant-li encara als ulls fins fer-li baixar la vista, lleugerament torbada-. No sabia que t’haguessis casat encara que, ben mirat, després de tants anys fora el més normal. Jo ho estic des de fa quatre.
La Irun va continuar explicant-li anècdotes de la seva feina i altres detalls superflus de la seva vida, però ell ja feia estona que no escoltava gaire. Anava assentint i donant-li rèpliques curtes de tant en tant, però realment no hi era a la conversa. La observava amb detall quirúrgic. Els gestos, evocadors d’altres temps, el varen transportar a la seva època d’estudiant. El somriure i les rialles, amb aquells petits foradets que se li feien a les galtes, just al costat de la boca, el color canviant del ulls. Duia una camisa blanca amb el coll aixecat i els dos primers botons oberts, deixant veure aquella canal que s’anava aprofundint, perdent-se camisa enllà, i la lleu protuberància de la part superior dels pits, a vessar dels sostenidors. D’aquells pits i aquell cos i aquella dona que l’havien fet embogir anys enrere i que ara, tenint-la allà al davant, temia li passes el mateix.
Un cambrer va interrompre el fil dels seus pensaments i el monòleg de la Irun quan va acostar-se a la seva taula per demanar si estaven servits. En Pol va dubtar uns segons i va decidir-se per un cafè amb llet, mentre que ella va repetir tallat.
–En saps res de la Bet? –li preguntà a la Irun quan el cambrer havia marxat a encarregar la comanda.
–No, ho sento. Li vaig perdre la pista just després d’aquell últim estiu. Se’n va anar a estudiar a Boston. Al principi encara ens escrivíem, però les respostes cada cop s’espaiaven més fins que a la fi vam deixar-ho. Si haguéssim tingut internet a aquella època, potser encara haguéssim mantingut el contacte, però mira... –va fer, aixecant les mans en un gest de resignació.
–Bé, de fet jo ja li havia perduda abans, la pista. No sabia ni això de Boston. És una veritable llàstima la facilitat que tinc per descuidar les amistats. I d’en Damià en saps res?
La Bet i en Damià eren amics comuns d’aquells anys. La Irun havia estat sortint amb ell, mentre que en Pol havia estat amb la Bet. Això va passar l’últim any que varen estudiar junts. Malgrat que li agradava la Bet, ell sempre havia estat secretament encisat per la Irun, encara que mai no va fer res al respecte. Veia que ella i en Damià estaven prou bé junts i no s’hi va voler ficar enmig. A més, a ell ja li estava bé la Bet. Era una noia totalment oposada a la Irun. Alta, morena de pell i amb el cabell ondulat d’un negre lluent, igual que els ulls, que eren ben foscos. Tenia un cos voluptuós i rotund que va convertir-lo a ell en l’enveja de gairebé tots el alumnes i de més d’un professor.
Tot va començar a una de les festes que organitzaven periòdicament. Aquella nit en Pol anava disposat a aconseguir la Irun, però en Damià va ser més ràpid. Va ser després, que es va fixar en la Bet i ella va mostrar-se força receptiva. En Damià i ell no es coneixien gaire més que d’haver-se vist i saludat algun cop, ja que no anaven a la mateixa classe, però elles dues eren amigues de gairebé tota la vida i això els va unir durant un temps, encara que no varen arribar a ser allò que es diu amics. Durant els mesos que van sortir tots quatre junts, ell no va arribar a entregar-se mai del tot a la Bet, ja que cada dia que passava li agradava més l’altra noia. Allò que va començar quasi com un caprici, va convertir-se en tota una obsessió per a ell. Li agradava el seu cos i com el movia. S’encantava sentint-la parlar i el feia feliç sentir-la riure. Cada cop que somreia, un calfred li recorria tota l’espinada perdent-se, vibrant, entre les cames. Li pesava un buit al pit quan ella, pel motiu que fos, no anava a classe i no se’l treia fins que s’assegurava que estava bé. Malgrat els seus sentiments cap a ella, mai no li va dir res. Després d’aquell últim estiu de cert distanciament, ell va marxar a complir el servei militar i quan va tornar-ne ja no va provar de recuperar els llaços perduts.
–Va trobar una feina a Bilbao –li respongué-. Ara està casat amb una noia d’allà... amb un nom d’aquells que tenen que ara no recordo. Fa quatre anys va ser l’últim cop que vaig parlar amb ell i llavors ja tenia un fill. I tu? que en tens, de fills?
–No... i que duri!
–Jo tampoc. Vaig separar-me fa quatre anys, quan encara em veia massa jove per tenir-ne cap. Ara que potser ja me n’agradaria un, el que em falta per trobar és un pare. Ja veus, mai tenim el que volem...
–Ni volem el que tenim. Encara que, en realitat, potser el problema sigui que no sabem el que volem i sí el que no volem.
Es varen quedar callats i, encara que no era de forma conscient, evitaren mirar-se als ulls. Fixaven la vista ara a la tassa, després al paquet de tabac. Un silenci tens es va apoderar d’ells i ningú no s’aventurava a trencar-lo. Van passar-li pel cap un munt de pensaments fugissers, com sensacions. Pensava que no deixava de ser una trista paradoxa el fet que ell, que no volia tenir fills, en pogués tenir i que la seva dona hagués tret el tema, distretament, com per casualitat, més d’una vegada, mentre que la Irun començava a tenir-ne desig i no trobava amb qui compartir, ni que fos, la concepció. Va voler comentar-li la ironia, però se’n va desdir de seguida. No volia que s’ho prengués com un sarcasme o una broma de mal gust. Fet i fet, després de tant de temps es podia dir que no la coneixia i no sabia fins a quin punt n’estava ella de desitjosa o, fins i tot, angoixada amb el temps que jugava en contra seu.
–Te’n recordes de la festa en que ens vàrem, diguem-ne, conèixer? –li pregunta la Irun, canviant de tema de conversa.
–És clar que sí. No saps prou com l’he reviscuda vegades, aquella nit.
–Doncs va sortir tot a l’inrevés de com estava previst, que ho sàpigues. Bé, de com ho havíem previst la Bet i jo.
–Què vols dir? –preguntà ell, tement-se la resposta.
–Doncs que tu havies de ser per a mi, mentre que la Bet s’havia de quedar amb el Damià. Ja us ens havíem repartit d’antuvi. Però ell se’m va acostar i jo, tement que a la fi em quedés sense l’un ni l’altre, no m’hi vaig poder negar.
–Però... –balbucejà en Pol, atordit amb la noticia.
–Què volies que fes? Soc dèbil jo! I a més, per aquella època era jove –afegí la Irun, picant l’ullet, com disculpant-se.
–Així que jo t’agradava...
–Si, bé... Encara fas prou goig, eh? Ja saps allò del bon vi i el temps.
–Tu si que estàs guapa! –exclamà ell-, però... no era això el que volia dir. Bé, ara ja no té importància, és temps passat i els passos mai tornen enrera...
–Ui, no sé si t’entenc ara, amb tanta filosofia.
–Doncs que qui de debò m’agradava eres tu. Aquella nit jo anava més que disposat a buscar-te, però en Damià va ser més ràpid –va encendre un cigarret, nerviós per la situació-. Més tard, parlant amb la Bet i amb unes copes a sobre, vaig veure que tenia possibilitats de lligar-me-la i així ho vaig fer.
–Vaja... I per això dius que és temps perdut? –preguntà amb un somriure encisador- Tu creus?
En aquest instant de la conversa, a en Pol li va venir al cap, com una daga, la imatge de la seva dona. Va mirar el rellotge per comprovar que era molt tard. El temps li havia passat volant. Ella també va sorprendre’s de l’hora que era, doncs encara no havien sopat però temps feia que podien haver-ho fet i cap dels dos, ni per un instant, havia sentit gana o pensat en l’estona que feia que xerraven. Ell va disculpar-se per haver de marxar tan precipitadament. Abans però, la Irun va demanar-li que s’intercanviessin els telèfons doncs –va dir- no confiava en un altre atzar i volia que es retrobessin. Van fer-ho ràpidament, es varen acomiadar amb dos petons i van marxar cadascú a casa seva.
Pel camí, en Pol pensava com s’ho faria, quina se n’empescaria per excusar-se pel notable retard. Seguidament, va trucar la seva dona per dir-li que en aquell moment sortia de l’oficina i que ja anava cap a casa. Durant el trajecte en autobús, no va poder treure’s ni un instant del cap aquell cos menut i ben proporcionat, aquell somriure i aquell insinuant “tu creus?” que va sortir dels llavis de la Irun.
Això havia passat un dimarts. Durant la setmana, cap dels dos va trucar-se però sí que varen jugar amb l’atzar. Cadascun d’ells va anar a la cafeteria un cop, com deixant-se caure per casualitat, ja que tenien ganes de retrobar-se però se sentien violents de trucar-se per una cita, com quan eren més joves. Ell va anar dijous i ella divendres. S’hi van passar tota la tarda, allà asseguts, cafè rere cafè per tornar tristos i abatuts a casa.
La setmana següent, en Pol va pensar que el millor fora esborrar el número de telèfon de la Irun i oblidar-se de l’assumpte. Potser no era absolutament feliç, però tenia petits plaers que l’omplien relativament i li permetien una vida tranquil•la i sense ensurts. Potser eren coses insignificants, però eren seves i no volia perdre-les ara per una bogeria. Però el cor li deia un altre cosa totalment diferent. Li deia truca-la. La seva por no era tant per tenir una amant com per enamorar-se d’ella, i ell sabia el que passaria si es convertien en amants. De fet, encara no ho eren i ja pensava tot sovint en ella.
Tenia aquests pensaments mentre jugava amb el telèfon a la mà, buscant el nom a l’agenda. Quasi sense voler-ho va pitjar el botó per trucar. Un truc, dos trucs, tres trucs i encara un quart que va tallar-se a la meitat. Abans que no hagués decidit si trucar-la o esborrar el número de la Irun, si penjar o pensar què dir-li, a través del petit altaveu va sentir una veu que el saludava i li deia tot el contenta que la feia que l’hagués trucat.